Para fortalecer nuestra confianza en Dios, Cristo nos enseña a dirigirnos a Él con un nuevo nombre, un nombre entretejido con las asociaciones más caras del corazón humano. Nos concede el privilegio de llamar al Dios infinito “nuestro Padre”. Este nombre, pronunciado cuando le hablamos a Él y cuando hablamos de Él, es una señal de nuestro amor y confianza hacia Él, y una prenda de garantía de la forma en que Él nos considera y se relaciona con nosotros.